Pero… ¿la libertad es una virtud?. Personalmente así lo creo. La libertad de los hijos de Dios, además, no es una virtud cualquiera, es la que hace posible todas las demás virtudes. Porque, si no somos libres, no nos es posible desarrollar nuestra propia ética personal.
Esta manera de ver la libertad pone fin, definitivamente, a la obediencia de los esclavos y a cualquier forma de manipulación de la libertad poniendo como excusa la “obediencia debida”. A criminales como Hitler o Stalin les hubieran sido mucho más complicadas sus acciones si las instancias educativas cristianas de su tiempo hubieran ayudado a desarrollar en sus educandos la competencia de la libertad de que nos habla S. Pablo: “Cristo nos liberó para que seamos libres” (Ga 5,1).
La auténtica obediencia solamente se desarrolla en el marco del convencimiento. Procede de la escucha mutua y de la fidelidad del que realiza el proyecto o la acción que le es encomendada. El teólogo alemán B. Häring afirma: “Aquellas autoridades que nos están exigiendo obediencia con todo tipo de medios de control y con una mezcla astuta de premios y castigos, no merecen que se les escuche”. Si estamos convencidos de nuestra libertad emancipada, no podemos volver a una ética basada en la obediencia.
Solamente los niños y adolescentes, por no haber desarrollado aún su autonomía personal, necesitan obedecer confiando en el buen hacer de sus padres y educadores. En cambio, el cristiano convencido de la libertad responsable que Dios le ha dado, nunca deberá intentar declinar su responsabilidad a favor de sus superiores o los poderosos.
Pasar de una ética de la obediencia “ciega” a la ética total de la responsabilidad, solamente se puede hacer desde el agradecimiento a nuestro Padre Dios; asumiendo la individual tarea de desarrollo de la libertad competente y en solidaridad con los demás. Somos responsables ante Dios y ante nuestra conciencia, no sólo cuando solicitamos que nos obedezcan, sino también cuando somos nosotros quienes nos prestamos a la obediencia.
Esta es la cuestión: cultivar constantemente una conciencia competente, a la que pertenece, además del necesario conocimiento, la virtud más necesaria: la libertad responsable de los hijos de Dios.
Ignacio Salas.
Esta manera de ver la libertad pone fin, definitivamente, a la obediencia de los esclavos y a cualquier forma de manipulación de la libertad poniendo como excusa la “obediencia debida”. A criminales como Hitler o Stalin les hubieran sido mucho más complicadas sus acciones si las instancias educativas cristianas de su tiempo hubieran ayudado a desarrollar en sus educandos la competencia de la libertad de que nos habla S. Pablo: “Cristo nos liberó para que seamos libres” (Ga 5,1).
La auténtica obediencia solamente se desarrolla en el marco del convencimiento. Procede de la escucha mutua y de la fidelidad del que realiza el proyecto o la acción que le es encomendada. El teólogo alemán B. Häring afirma: “Aquellas autoridades que nos están exigiendo obediencia con todo tipo de medios de control y con una mezcla astuta de premios y castigos, no merecen que se les escuche”. Si estamos convencidos de nuestra libertad emancipada, no podemos volver a una ética basada en la obediencia.
Solamente los niños y adolescentes, por no haber desarrollado aún su autonomía personal, necesitan obedecer confiando en el buen hacer de sus padres y educadores. En cambio, el cristiano convencido de la libertad responsable que Dios le ha dado, nunca deberá intentar declinar su responsabilidad a favor de sus superiores o los poderosos.
Pasar de una ética de la obediencia “ciega” a la ética total de la responsabilidad, solamente se puede hacer desde el agradecimiento a nuestro Padre Dios; asumiendo la individual tarea de desarrollo de la libertad competente y en solidaridad con los demás. Somos responsables ante Dios y ante nuestra conciencia, no sólo cuando solicitamos que nos obedezcan, sino también cuando somos nosotros quienes nos prestamos a la obediencia.
Esta es la cuestión: cultivar constantemente una conciencia competente, a la que pertenece, además del necesario conocimiento, la virtud más necesaria: la libertad responsable de los hijos de Dios.
Ignacio Salas.